El horizonte de lo posible



Recién, salía del diario, me compré en un chino una cerveza helada. Venía esquivando viejas, por la calle. Voy por calles laterales, donde lo focos se apagan antes, justo, pasé por la comisaria, me cruce delante de una cámara de televisión, tomando, una brama, ja, como me putearon. Putos, ustedes, canal 26. Vayan a vigilantear a otro lado. Llegué a la parrilla de la esquina, había una piba hermosa, con un boludo, importante, después sigue.

Las cosas se solucionan, ahí, decía, donde los sócalos son impares, invisibles, al tacto de una pared áspera. De noches ásperas. Ahí cuando todo parece terminarse, en la pared, sin sócalos, sin mucho reflejo, con el aire del cigarrillo. No hay mucha medida de eso, y mis respuestas, entrecortadas, siempre voy cortando las cosas, como por partes, atando algo que no se puede atar, como los sócalos, impares, sucios por miradas rancias. Las cosas se solucionan ahí, o mueren, para siempre, con un beso al olvido, si es que olvido. Con la efervescencia de los que dudan, en los que no dudan ni un segundo. Esos generan cierta desconfianza. Las cosas se solucionan ahí, en los rincones, en la oscuridad, más oscura de todas, donde la luz no llega a joder,  la charla que concluye en el de venir de la cerveza, con el humo que se mete, en la conversación, y el piso más pegoteado, de todos, es el espacio, donde se solucionan las cosas. Para un portazo, para un derrame de paranoia. Es la sal de los que creen en algo, siempre incorrecto. No hay salida de emergencia, en los rincones, laterales, donde lo único que se pierde es el prestigio, de tanta vida de sobra, de tantas sonrisas gastadas de esmalte. Las cosas se solucionan ahí o mueren para siempre, y quedan en ese rincón de San Telmo, en un baldosa negra y blanca: Rincones, quizás porqué.

Hay una idea que se entrelaza sin mucho oficio. Estoy cansado del oficio. Ya. Estoy incomunicado con todos. Saliendo de la coartada que inventé, y que vuelvo a inventar cada mañana (mediodía, perdón). La gente estila a no creer o a creer demasiado, en todo, en cada línea o cable mal redactado, sin demasiadas esdrújulas porque cansa la vista. Estoy cansado. Pido un espacio para un verano de refugio, sin demasiada calma.

Estoy leyendo varios libros a la vez. Los apuntes de la facultad los tengo de apoya vasos. Me aburren. Pablo Ramos, es un escritor argentino, muy bueno, de esta época. Tiene cierta candencia y un buen vaivén para narrar una historia desgarradoramente oscura, con hendijas de luz, que no enceguecen, que están bien colocadas, con la sutileza de alguien que tiene calle, que no se la contaron, y que tampoco se la cree. El origen de la tristeza, uno de sus libros, o el último, el camino de la luna, de cuentos, con un prólogo impecable. La chica de pelo verde, tiene todo el suburbio subido al sur, con el arma de la palabra, que le pone significado a los significantes. La posibilidad sublime. Somos eso una posibilidad sublime.
Inscribir todo en el horizonte de lo posible, es una mera, pero impecable, forma de plantear el camino. En eso venía pensando cuando me crucé por enfrente del móvil de televisión, a dos cuadras de mi casa, ahhh, la cerveza estaba helada. Y la china no me pidió cambio, y nos saludamos amablemente. La parrilla está llena, y Miguel, no me guardó mesa. Me voy, con mi horizonte de lo posible. Qué linda, piba.

  Yo odio las terminales, son grises, y siempre hay gente esperando algo, o a alguien, sentadas mirando sus relojes, el tablero rojo, impacientes, acodados a las ventanillas, mirando por los ventanales, desilusionándose a cada rato, esperando los carromatos de dos pisos. El humo de los cigarrillos, y la televisión a todo lo que da. Y una voz que anuncia la llegada, y el egreso, y las postergaciones. ¡Las postergaciones! Y todo eso que esconde una terminal (que real mente esconde muchas cosas), barajadas en esa rutina diaria que no vemos, porque siempre estamos de paso, pero que otros conocen porque la viven y reniegan de todo eso. El que vende gaseosas me lo dijo, por lo bajo, pero me lo dijo, y yo no supe que decirle, no supe como palmearle la espalda, el ánimo. Ahí viven esos tipos, como el de la gaseosa, que se ganan la vida, y parte de mi se queda ahí, con el de la gaseosa, el que labura en la estación de servicio, que agarra el surtidor a las cuatro de la mañana, y no llega a fin de mes, con el del peaje que toma mil bondis, cada vez que los veo me quedo con ellos, un poco de mi se queda a su lado. Siempre denostados, escupidos con miradas rancias, laburando la noche, la mañana, el día, y las miradas por arriba de los hombros, solo eso les queda. Para volver paleando una tristeza, inexplicable, detrás de los ojos, con el lomo cagado a golpes, eso que muchos no entienden. La mina que va en el tren a limpiar casas, cansada, sin mirarse al espejo, pero sabe que no quiere más eso, pero sigue, se levanta, y deja los fracasos por un rato, para que la suerte se le cague de risa, y después vuelva y todo sea como antes, con la luna que cae y el día que termina, y así, así, de oscuro todo, por eso, quizá soy amigo de ellos y me quedo, me quedo un rato, con la mirada perdida, como tomando impulso, tomando ese valor, que a veces no tengo, pero que tanto busco. Ahí parado con el tipo de las gaseosas que me contaba sus tristezas, su descalabro. Y sus días de felicidad y tormento lindados por una fina línea que no se deja ver. Me lo dijo, así, por lo bajo, pero me lo dijo, y me contó tantas cosas, y subí tarde al colectivo, me putearon, me refugié en la butaca nueve, ahí en la ventanilla.

Hay días que el diario se vuelve una verdulería. Bueno, no le digan nada a mis compañeros, los quiero a todos, pero callados. Por Favor. Un silencio de cementerio, por favor, que, ayer, la noche fue bastante larga. Te hago dos páginas, para corrientes. La significación de una alfombra llena de agua, es el horizonte de lo posible. Se inscribe en lo posible. Miro el reloj, no me anda, no traje el celular. Estoy escribiendo algo largo, extenso, que no tiene salida, pero que me da cierta salida, a mí, claro. Es simple escribir es algo solitario, y a la vez liberador, para el que está preparado para que se le caguen de risa. Me chupa un huevo. Hay salida, estoy en eso. Reinventándome como siempre a un paso cansado.  

En el rincón, con una cerveza, con el pie en la pared, con la mirada en la baldosa, con el otro pie pegado al piso. Fue ese el beso del olvido, con la coma en coma, sin aguinaldo, sin cheque en blanco. Un rincón adverso, como tantos otros, pero este más adverso, y más áspero y con menos sócalos, y con más sal a derrota, a arruinar todo sin esperar un vuelto de decepción. Error de un rincón sin luz, con demasiada sombra. Con el beso del olvido, y un teclado para golpear de noche, con la ventana abierta. Un rincón.

Reelección


Bueno, digamos, ay, se me metió un auto abajo de la cama, en el techo, en el placard, la puta madreeee, son las cuatro de la mañana, la alarma no para de sonar. Ya va señora, estoy muy enojado, ya son las seis y escribí tres líneas. Estoy escribiendo muchas cosas a la vez, digamos, igual muy disimiles, por un lado, algo, que vengo trabajando hace un toco, pero que no tiene, todavía, una salida. Ya se verá. Ya está el agua para el mate, me cortaron el cable, señora, porque usted, avisó que me colgaba, qué arte, esa la de buchonear, eh. La alarma sigue sonando, está todo el barrio muy contento, estoy muy contento. Este disco del indio es bueno, obvio, con otras escalas, otros matices,  y el problema no es del indio, que, obviamente, tiene que buscar eso. El problema, decía, es de las personas de a pie que siempre buscan repeticiones, porque, ejem, viven de las repeticiones. El Indio, señoraaa, es ese muchacho malvado, que no sale en la tele, y tiene una poesía muy oscura, altamente dulce, de paladar negro, obvio usté, no entiende, qué va a ser. Se me lavó el mate.

Ahora, paréntesis, abro. Una cosa, política, señora, todavía no usé mi milagro de hoy. Están bailando todos el temita de la re re re. Y bue, amague, puro. Igual funciona así. Es complejo el traspaso, la sucesión, mientras tanto el sol se muere. Es, quizá, una falla en la historia de los presidencialismos. Digamos, en las arenas políticas, la cosa, sin la posibilidad de continuidad, bajo la encarnadura del líder, trae una degradación de la política. Que no tiene nada que ver con los debates y las llorisqueadas en los estudios de televisión. La cosa se achancha, se pone la corbata, horriblemente gris, sin sobre todo,  nadie puede levantar la cabeza. Funciona así. Está el gran plebiscito del 2013 –punto de inflexión para la reforma de la constitución, siguiendo la línea que implementaron en Bolivia, hacia un estado (con mayúscula) plurinacional, y toda la pomposidad, que le llevó a Evo, prácticamente, todo su primer mandato, y también a Correa, una pelea bastante compleja- que daría lugar para la reforma. Hay que leer, estudiar, quizá, la constitución de 1949, que luego fue derogada con la revolución libertadora. Es claro que, de no haber reelección (para mí no va a haber), el futuro presidente ya fue votado en las últimas elecciones. Claro, la derecha, en parte entendió,  que debe unirse, Moyano quiere hacer su unión democrática, con cualquiera que pase por ahí, claro, recibido en  facultad de los tránsfugas. Alfonsín ya dio por terminado su puente con Macri. De la Sota, el más potable, y el que se posiciona a pura represión, coquetea con Macri, pero esa movida es cartón pintado. Macri es cartón pintado y prácticamente nunca se presente a una presidencial, porque si no le dan los números no se pone en la cancha.
Es muy buena la estrategia del gobierno nacional. Sigue marcando agenda, se discute algo, sin saber bien qué. Decía arriba que, el problemita del traspaso, trae una degradación en la política, y es, justamente, por esta falta de continuidad. Se consulta todo, hasta para ir a comprar cigarrillos, y a veces, no te dejan. Funciona así. Y en esa transición, se empieza a mirar para dónde se va a poner el asado, si del hueso o de la grasa. Lógica, redistribución, salvar el orto. Hay que llegar con poder al 2015, de eso se trata la historia. Y ver si se puede poner un delfín.   Reelección 

La chica más guapa de la ciudad


Cass era la más joven y la más guapa de cinco hermanas. Cass era la chica más guapa de la ciudad. Medio india, con un cuerpo flexible y extraño, un cuerpo fiero y serpentino y ojos a juego. Cass era fuego móvil y fluido. Era como un espíritu embutido en una forma incapaz de contenerlo. Su pelo era negro y largo y sedoso y se movía y se retorcía igual que su cuerpo.
Cass estaba siempre muy alegre o muy deprimida. Para ella no había término medio. Algunos decía que estaba loca. Lo decían los tontos. Los tontos no podían entender a Cass. A los hombres les parecía simplemente una maquina sexual y no se preocupaban de si estaba loca o no. Y Cass bailaba y coqueteaba y besaba a los hombres pero, salvo un caso o dos, cuando llegaba la hora de hacerlo, Cass se evadía de algún modo, los eludía.
Sus hermanas la acusaban de desperdiciar su belleza, de no utilizar lo bastante su inteligencia, pero Cass poseía inteligencia y
espíritu; pintaba, bailaba, cantaba, hacía objetos de arcilla, y cuando la gente estaba herida, en el espíritu o en la carne, a Cass
le daba una pena tremenda. Su mente era distinta y nada más; sencillamente, no era práctica. Sus hermanas la envidiaban
porque atraía a sus hombres, y andaban rabiosísimas porque creían que no las sacaba todo el partido posible. Tenía la costumbre de ser buena y amable con los feos; los hombres considerados guapos le repugnaban: "No tienen agallas –decía ella-. No tienen nervio. Confían siempre en sus orejitas perfectas y en sus narices torneadas... todo fachada y nada dentro..."
Tenía un carácter rayando la locura; Un carácter que algunos calificaban de locura.
Su padre había muerto del alcohol y su madre se había largado dejando solas a las chicas. Las chicas se fueron con una
pariente que las metió en un colegio de monjas. El colegio había sido un lugar triste, más para Cass que para sus hermanas. Las
chicas envidaban a Cass y Cass se peleó con casi todas. Tenía señales de cuchilladas por todo el brazo izquierdo, de defenderse en dos peleas. Tenía también una cicatriz imborrable que le cruzaba la mejilla izquierda; pero la cicatriz, en vez de disminuir su belleza, parecía por el contrarío, realzarla.
Yo la conocí en el bar West End unas noches después de que la soltaran del convento. Al ser la más joven, fue la última hermana que soltaron. Sencillamente entró y se sentó a mi lado. Yo quizá sea el hombre más feo de la ciudad, y puede que esto tuviera algo que ver con el asunto.
- ¿Tomas algo?
- Claro, ¿Por qué no?
No creo que hubiese nada especial en nuestra conversación esa noche, era sólo el sentimiento que Cass transmitía. Me había  elegido y no había más. Ninguna presión, Le gustó la bebida y bebió mucho. No parecía tener edad, pero de todos modos le sirvieron. Quizás hubiese falsificado el carnet de identidad, no sé. En fin, lo cierto es que cada vez que volvía del retrete y se
sentaba a mi lado yo sentía cierto orgullo. No sólo era la mujer más bella de la ciudad, sino también una de las más bellas que yo había visto en mi vida. Le eché el brazo a la cintura y la besé una vez.
- ¿Crees que soy bonita?- preguntó.
- Sé, desde luego. Pero hay algo más... algo más que tu apariencia...
- La gente anda siempre acusándome de ser bonita. ¿Crees de veras que soy bonita?
- Bonita no es la palabra, no te hace justicia.
Buscó en su bolso. Creía que buscaba el pañuelo. Sacó un alfiler de sombrero muy largo. Antes de que pudiese impedírselo,
se había atravesado la nariz con él, de lado a lado, justo sobre las ventanillas. Sentía repugnancia y horror.
Ella me miró y se echó a reír.
- ¿Crees ahora que soy bonita? ¿Qué piensas ahora, eh?
Saqué el alfiler y puse mi pañuelo sobre la herida. Algunas personas, incluido el encargado, habían observado la escena. El
encargado se acercó.
-Mira -dijo a Cass-, si vuelves a hacer eso te echo. Aquí no necesitamos tus exhibiciones.
- ¡Vete a la mierda, amigo! -dijo ella.
- Será mejor que la controles -me dijo el encargado.
- No te preocupes -dije yo.
- Es mi nariz -dijo Cass-, puedo hacer lo que querrá con ella
- No -dije-, a mí me duele.
- ¿Quieres decir que te duele a ti cuando me clavo un alfiler en la nariz?
- Sí, me duele, de veras.
- De acuerdo, no lo volveré a hacer. Animo
Me besó, pero como riéndose un poco en medio del beso y sin soltar el pañuelo de la nariz. Cuando cerraron nos fuimos a
donde yo vivía. Tenía un poco de cerveza y nos sentamos a charlar. Fue entonces cuando pude apreciar que era una persona
que rebosaba bondad y cariño. Se entregaba sin saberlo. Al mismo tiempo, retrocedía a zonas de descontrol e incoherencia.
Esquizoide. Una esquizo hermosa y espiritual. Quizás algún hombre, algo acabase destruyéndola para siempre. Esperaba no
ser yo.
Nos fuimos a la cama y cuando apagué las luces me preguntó:
- ¿Cuándo quieres hacerlo, ahora o por la mañana?
- Por la mañana -dije, y me di la vuelta.
Por la mañana me levanté, hice un par cafés y le llevé uno a la cama.
Se echó a reír.
- Eres el primer hombre que conozco que ha querido hacerlo por la noche.
- No hay problema -dije-. En realidad no tenemos por que hacerlo.
- No, espera, ahora quiero yo. Déjame que me refresque un poco.
Se fue al baño. Salió enseguida, realmente maravillosa, largo pelo negro resplandeciente, ojos y labios resplandeciente, toda
resplandor... Se desperezó sosegadamente, buena cosa. Se metió en la cama.
- Ven, amor.
Fui.
Besaba con abandono, pero sin prisa. Dejé que mis manos recorriesen su cuerpo. Acariciasen su pelo. La monté. Su carne era
cálida y prieta. Empecé a moverme despacio y queriendo que durara. Ella me miraba a los ojos.
- ¿Cómo te llamas? -pregunté.
- ¿Qué diablos importa? -preguntó ella.
Solté una carcajada y seguí. Después se vistió y la llevé en coche al bar, pero era difícil olvidarla. Yo no trabajaba y dormí
hasta las dos y luego me levanté y leí el periódico. Cuando estaba en la bañera, entro ella con una hoja: una oreja de elefante.
- Sabía que estabas en la bañera -dijo-, así que te traje algo para tapar esa cosa, hijo de la naturaleza.
Y me echó encima, en la bañera, la hoja de elefante.
- ¿Cómo sabías que estaba en la bañera?
- Lo sabía.
Cass llegaba casi todos los días cuando yo estaba en la bañera. No era siempre la misma hora, pero raras veces fallaba, y traía
la hoja de elefante. Y luego hacíamos el amor.
Telefoneo una o dos noches y tuve que sacarla de la cárcel por borrachera y pelea pagando la fianza.
- Esos hijos de puta - decía-, sólo porque te pagan unas copas creen que pueden echarte mano a las bragas.
- La culpa la tienes tú por aceptar la copa
- Yo creía que se interesaba por mí, no sólo por mi cuerpo.
- A mí me interesas tú y tu cuerpo. Pero dudo que la mayoría de los hombres puedan ver más allá de tu cuerpo.
Dejé la ciudad y estuve fuera seis meses, anduve vagabundeando; volví. No había olvidado a Cass ni un momento, pero
habíamos tenido algún tipo de discusión y además yo tenía ganas de ponerme en marcha, y cuando volví pensé que se habría
ido; pero no llevaba sentado treinta minutos en el West End cuando ella llegó y se sentó a mi lado.
- Vaya, cabrón, has vuelto.
Pedí un trago para ella. Luego la miré. Llevaba un vestido de cuello alto. Nuca la había visto así. Y debajo de cada ojo,
clavado, llevaba un alfiler de cabeza de cristal. Sólo se podían ver las cabezas de los alfileres, pero los alfileres estaban
clavados.
- Maldita sea, aún sigues intentando destruir tu belleza....
- No, no seas tonto, es la moda.
- Estas chiflada.
- Te he echado de menos -dijo
- ¿Hay otro?
- No, no hay ninguno. Solo tú. Pero ahora hago la vida. Cobro diez billetes. Pero para ti es gratis.
- Sácate esos alfileres.
- No, es la moda.
- Me hace muy desgraciado.
- ¿Estás seguro?
- Sí, mierda, estoy seguro.
Se sacó lentamente los alfileres y los guardo en el bolso.
- Porque la gente cree que es todo lo que tengo. La belleza no es nada. La belleza no permanece. No sabes la suerte que
tienes siendo feo, porque si le agradas a alguien sabes que es por otra cosa.
- Vale -dije-, tengo mucha suerte.
- No quiero decir que seas feo. Sólo que la gente cree que lo eres. Tienes una cara fascinante.
- Gracias.
Tomamos otra copa.
- ¿Qué andas haciendo? -preguntó.
- Nada. No soy capaz de apegarme a nada. Nada me interesa.
- A mí tampoco. Si fueses mujer podrías ser puta.
- No creo que quisiera establecer un contacto tan íntimo con tantos extraños. Debe ser un fastidio.
- Tienes razón, es fastidioso, todo es fastidioso
Salimos juntos, por la calle, la gente aún miraba a Cass. Aún era una mujer hermosa, quizá más que nunca.
Fuimos a casa y abrir una botella de vino y hablamos. A Cass y a mí, siempre nos era fácil hablar. Ella hablaba un rato yo
escuchaba y luego hablaba yo. Nuestra conversación fluía fácil sin tensión. Era como si descubriésemos secretos juntos.
Cuando descubríamos uno bueno, Cass se reía con aquella risa.. de aquella manera que sólo ella podía reírse. Era como el
gozo del fuego. Y durante la charla nos besábamos y nos arrimábamos. Nos pusimos muy calientes y decidimos irnos a la
cama. Fue entonces cuando Cass se quito aquel vestido del cuello alto y lo vi... Vi la mellada y horrible cicatriz que le cruzaba
el cuello. Era grande y ancha.
- Maldita sea, condenada, ¿Qué has hecho? -dije desde la cama
- Lo intenté con una botella rota una noche. ¿Ya no te gusto? ¿Soy bonita aún?
La arrastré a la cama y la besé. Me empujo y se echo a reír:
- Algunos me pagan los diez y luego, cuando me desvisto no quieren hacerlo. Yo me quedo los diez. Es muy divertido.
- Sí -dije-, no puedo parar de reír... Cass, zorra, te amo... deja de destruirte; eres la mujer con más vida que conozco.
Volvimos a besarnos. Cass lloraba en silencio. Sentí las lágrimas. Sentí aquel pelo largo y negro tendido bajo mí como una
bandera de muerte. Disfrutamos e hicimos un amor lento y sombrío y maravilloso.
Por la mañana, Cass estaba levantada haciendo el desayuno. Parecía muy tranquila y feliz. Cantaba. Yo me quedé en la cama
gozando su felicidad. Por fin, vino y me zarandeó.
- ¡Arriba, cabrón! ¡Chapúzate con agua fría la cara y la polla y ven a disfrutar del banquete!
Ese día la llevé en coche a la playa. No era un día de fiesta y aún no era verano, todo estaba espléndidamente desierto.
Vagabundos playeros en andrajos dormían en la arena. Había otros sentados en bancos de piedra compartiendo una botella
solitaria. Las gaviotas revoloteaban, estúpidas pero distraídas. Ancianas de setenta y ochenta, sentadas en los bancos,
discutiendo ventas de fincas dejadas por maridos asesinados mucho tiempo atrás por la angustia y la estupidez de la
supervivencia. Había paz en el aire y paseamos y estuvimos tumbados por allí y no hablamos muchos. Era agradable
simplemente estar juntos. Compré bocadillos, patatas fritas y bebidas y nos sentamos a beber en la arena. Luego abracé a
Cass y dormimos así abrazados un rato. Era mejor que hacer el amor. Era como fluir juntos sin tensión. Luego volvimos a casa
en mi coche y preparé la cena. Después de cenar, sugerí a Cass en mi coche y preparé la cena. Después de cenar, sugerí a
Cass que viviésemos juntos. Se quedó mucho rato mirándome y luego dijo lentamente "NO". La llevé de nuevo al bar, le pagué
una copa y me fui.
Al día siguiente, encontré un trabajo como empaquetador en una fabrica y trabajé todo lo que quedaba de semana. Estaba
demasiado cansado para andar mucho por ahí, pero el viernes por la noche me acerqué al West End. Me senté y esperé a
Cass. Pasaron horas. Cuando estaba ya bastante borracho, me dio el encargado.
- Siento lo de tu amiga.
- ¿El qué? -pregunté.
- Lo siento. ¿No lo sabías?
- No
- Suicidio, la enterraron ayer
- ¿Enterrada? -pregunté. Parecía como si fuese a aparecer en la puerta de un momento a otro. ¿Cómo podía haber muerto?
- La enterraron las hermanas
- ¿Un suicidio? ¿Cómo fue?
- Se cortó el cuello.
- Ya. Dame otro trago.
Estuve bebiendo allí hasta que cerraron. Cass, la más bella de las cinco hermanas, la chica más guapa de la ciudad. Conseguí
conducir hasta casa sin poder dejar de pensar que debería haber insistido en que se quedara conmigo en vez de aceptar aquel
"NO". Todo en ella había indicado que le pasaba algo. Yo sencillamente había sido demasiado insensible, demasiado
despreocupado. Me merecía mi muerte y la de ella. Era un perro. No, ¿Por qué acusar a los perros? Me levanté, busqué una
botella de vino, bebí lúgubremente. Cass, la chica más guapa de la ciudad muerta a los veinte años.
Fuera, alguien tocaba la bocina de un coche. Unos bocinazos escandalosos, persistentes. Dejé la botella y aullé "¡MALDITO
SEAS, CONDENADO HIJO DE PUTA, CALLATE YA!".
Y seguía avanzando la noche y yo nada podía hacer.

Charles Bukowski

Murieron los diarios



La cosa es sencilla, los diarios han muerto, señora. Digamos, tienen ya los días contados. Eso discutíamos ayer, en el diario, donde trabajo, señora, si, de algo hay que vivir. Decía de eso hablábamos con Gustavo, uno de mis compañeros –con quien pensamos robar un banco, la idea es de él, pero yo me acoplé, hablamos de robarnos un palo (no, señora, no avise a la cana), y obvio, si hay una jubilada, le vamos a pegar, para que después aparezca en crónica, y la gente indignada, diga: Qué barbaridad, este país!- de redacción. Digamos, la cosa va tomando volumen, y, para que se entienda, ya estamos del otro lado del puente. No hay transición, ya está. Este traspaso –que ya sucedió- comienza a notarse, no ya solamente en los grandes medios de la capital portuaria, sino en las provincias del interior, y pequeño detalle, en las más conservadoras.  Eso es lo que indica la muerte del papel. Que diarios con estructuras chicas, ya tengan una redacción –no paralela- pero con más de tres redactores encargados de una página web actualizando lo más que se pueda, marca el horizonte. Hay que tener en cuenta varios factores que, al profundizarse el camino, comienzan a mover las estructuras del periodismo y sus lectores. Un ejemplo de las páginas web, me había olvidado de ponerlo arriba, es la del diario El Litoral de Corrientes, en la que está encargado mi amigo Seba (ya vamos a hacer la revolución de los vasos azules, es una cuenta pendiente). Convengamos que, además de los cambios que produce en el periodismo, lo digital produce, o trae consigo, un cambio en el marco de lectura. Lo digital viene a romper con la linealidad estática del papel. Ese bodoque que en 40 líneas viene a explicar la realidad. Anda a vendérselo a un pibe que nació con una neetbook, se te caga de risa. Esos bodoques ya no los lee nadie, ni mi abuela. Bueno, esa ruptura de la linealidad, aclara la fragmentación de la realidad, y el hipervínculo, vendría a ser como esas noches en la que uno no tiene un plan y sale, sin campera, y termina en cualquier lado, es decir, puede pasar cualquier cosa. Bueno, eso es el hipervínculo, empezar leyendo algo de política y terminar leyendo sobre la segunda guerra mundial según San Lucas (je). Son puertas y puertas, quien va a ser tan pelotudo de quedarse con una puerta y que no le ande el picaporte (el diario de papel), nadie. Lo que también ayuda a este progreso es el nivel de conectividad alcanzado a lo largo y a lo ancho del país, conjuntamente con el programa conectar igualdad, vos siempre a favor del gobierno, no mirás a Lanata. No señora, me cortaron el cable. Ese reparto de netbooks, ayuda para que, viejitos dueños de medios en Catamarca, se aviven para dónde decanta el negocio. Los de mi diario todavía no la agarraron y no tenemos página web. Igual estamos en eso, dicen, ja. Qué más iba a decir? Ah en un año me quedo sin trabajo, claro, porque, según mi tesis, no va a haber más diarios, y también hay que ver cómo se resuelve la aplicación total de la Ley de Medios. Y eso es todo.   

Aclarar



Era, la chica de la estrella, en la nuca. De miradita corta, solapada, con un flequillo encantador. Era, la chica de la estrella, como si fuera redundante, como si hiciera falta, aclarar. Era como decir dos veces hola (hola), tenía, el andar desfachatado, como me gusta decir desfachatado, como si fuera un elogio –desfachatado-, como si hiciera falta aclarar. Una estrella de caminos de pavimento, ya no hay, en esa estrella, calles de tierra, tampoco quedan faroles en las esquinas. Era la desbocada esperanza de abrazar cinco diagonales, como si hiciera falta aclarar, no había nada que aclarar. La estrella de la estrella. La mirada con candor de viento, de gorriones, perdidos, una estrella rustica, de almacén. Pero su mirar era bajito, de baldosa, de terraplen, como si hiciera falta aclarar. Aclarar qué. Las cosas no se tienen que aclarar nunca, se tiran al aire, como una escupida, sobre el andar, el que lo agarra, lo agarra. Aclarar qué. Se fue perdiendo con los días mi visita a la estrella, ya no era posible, una estrella, tiene poco tiempo de vida, encandila, se esfuma, no avisa, desaparece. Seguro por el estupor, andará por otros lados, se canso de lo berreta, de las calles sin árboles. La chica de la estrella en la nuca, con su mirada cortita y un pelo largo como una ruta vacía, interminable, en verano, con agua en el medio, sin carteles, sin publicidad; no la necesitaba, se abría paso, al contado, sin cuotas. DESFACHATADA. Por los caminos, de nubes frescas. Como era eso de aclarar, ja, aclarar. En la mañana con los ojos cansados, con el agua del día rutinario, infiel. Sin comas, sin comas, te aclaro, no puedo.

 Congreso era ese barrio, y es, y seguirá, y será, la puta madre, siendo un barrio de viejos. Tiene un olor a viejo impregnado en su nariz. Salen a pasear sus cadáveres, señora, de corazón, no quiere que le llame a la parca, son dos segunditos, en serio, la llamó y terminamos con todo esto, déjese de joder, qué quiere más pastillitas, quiere hablar de los médicos con Martita, señora déjese ayudar, tengo crédito en el celular, son dos segunditos señora, se le cae la vida por el costadito, tiene la carrocería cansada, déjese de joder, ahí tengo tono, si, acá, una señora, quiere verla, anote la dirección.

Será que nunca fuiste mi estrella, esa nuca. Será que viajabas por los andenes, por la risa incansable, lo único que quedaba, la risa, y mis comas, irreconciliables, por leer al turco Asís, hijo de mil puta, no puedo dejar de leerte, con tus turradas, y esa desfachatez, DESFACHATEZ, increíble como escribís Rodolfo. Será que yo estaba cansado, por los viajes, y mi bolso azul, y esa pensión de mierda, con pibes barbaros, y dueños que veraneaban en Miami. La juntaban en pala, la concha de su madre. Yo me cansé, creí, ingenuo, y chau. A la fácil, a la banquina, o eso que me gusta a mí, esa obsesión, esa idea tan chiquita, esa pasión y ganas, increíbles, de retratar todo, en un cordón. Esos cordones de los que tanto hablo, casi siempre, como si a alguien le interesara. En un principio, es una idea vaga (lo vago siempre está de mi lado, eso que están denostado por las viejitas, que la tengo arriba hablando con la parca, ya va a ver esa vieja, era la hora, dale que se me acaba el crédito), pero que me fascina descubrir, plantear, los cordones y las ilusiones, los cordones marginales, bajar, un poquito, con lo que implica, bajar. Poner un poquito el ego a la par, libre de deudas, libre de escombros, de carretillas de culpas; esos baldíos de esperanzas, bajar, fumar un cigarrillo en el cordón. Caer en la cuenta, lo único que vale, recapitular, en un cordón, con un vaso de cerveza, mi chica de estrella, de miradita entrelazada, con el pelo revuelto, perdido, por el viento.

Señora ya vienen por usted, se acabó, la dejo acá, no se mueva, ya vienen. La parca es puntual, es así la hija de puta, con esto no se jode, viene y listo, a otra cosa. Yo llego tarde al trabajo, nos vemos arriba, fue un placer, se terminó su paseíto diario, las pastillitas, Martita, y ese olor a viejo, ya está, listo. No más reuma, dolores en la rodilla, peleas en la cola de jubilados, listo, ya está. Ahí viene, chau.

Erro un par de llaves, pruebo varias veces, la cosa así no va, me digo, enojado. Firmo una planillita, pongo mi hermosa firma, como si estuviera firmando un autógrafo, como si fuera una estrella de rock, alguien importante, vamos de a poco, les firmo a todos, esperen. Prendo la máquina, pienso en lo que no publico, que guardo con ganas, pienso que es bueno, eso. Pienso, mentira no sirve de nada, es una porquería, no lo público porque es una porquería, sencillo. Pongo el agua para un té, empiezan a llover los cables, lo de siempre, la rutina, la oficina, dentro de todas, la menos agobiante. Llaman de Catamarca, si hermano, hoy vamos con cuatro, si, cuatro.

Dejaste la facultad, como se dejan las cosas, sin aclarar. Dejando de escuchar a profesores frustrados, atrincherados en sus escritorios. En esa impunidad de decir estupideces, pagas, con la seriedad, con anteojitos, con la camisita abotonada hasta arriba, con el librito amarillo. Ja, aclarar. Las cosas se dejan, sin boletas, ni recibos, sin una firmita acá, y ninguna aclaración. Eso es para munditos chiquititos, que andan sueltos, que suben al subte, sueltitos de ropa, escuchando música, encerrados en sus munditos, chiquititos. Con los pies atados, de a saltos, con sus caras dormidas, en las vidrieras con rejas. Aclarar, ja, cuanta risa, aclarar. Firme aquí, señor mundito, si puede, la próxima que sea más chiquitita la firma. Aclarar, es joda.

De algo hay que vivir, y la repetición está al alcance de la mano. Como un maso, que se tira todos los días y siempre las mismas cartas, las mismas caras, un caballo, pero que, con el tiempo, se va cansando, porque no se aguanta siempre la misma escenografía, el mismo teclado, la misma pantalla, la misma publicidad, la misma alfombra, con lamparones de agua, manchas negras. Un maso, encima marcado.

Perdí tu número, perdí tu nombre, tu apellido, el viaje en tren, lo perdí alguna noche, sentado, en un bar, de Congreso, con un increíble olor a viejo, que merodeaba, que cercaba los días, como haciéndose dueño, como desafiando.Perdí el pasado, en una bocacalle, dando vueltas, en falso, en u. Lo único que queda es el cielo negro, espeso, con nubes, algún pronóstico negativo, no va a aclarar, aclarar, ja, aclarar, con esa estrella, no hace falta aclarar.

  A mamá le encantaba el mar. La última vez que pudo ir se trajo un cuadro con olas que rompían en una playa. Pidió que lo colgáramos encima...