Servilletas de papel


Te explicaba, el otro día, que las cosas no son tan fáciles. Y ya te lo dije, las cosas son siempre mucho más complejas. Los tipos sensibles vamos por la calle, tocando con los dedos las paredes, salteando los marcos de las puertas, cantando una canción. Es así, te dije, los perdedores tenemos estas cosas, nos cagamos de risa de todo, y de todos. Y también se nos cagan de risa. Escribimos en servilletas de papel, en los bares de paredes ásperas, y pedimos la cuenta cuando cierra. Nos cuesta el punto y aparte, vamos siempre pensando en esa mina que no nos dio bola, y nunca nos la va a dar. Nos gusta la madrugada, pero también la odiamos, evitamos la linealidad, y amamos la simpleza, esa que es la más difícil de conseguir. Nos contradecimos, y vamos y venimos, y peleamos, y que se yo. Y defendemos una inconstancia, sin sentido. Y abandonamos, y empezamos de vuelta, y volvemos a abandonar, cuando todo parece estar signado al éxito, dejamos todo ahí. Si, ya sé, no entendés, no importa.

Registrar cada segundo

Tanto caminar, tanto discutir, tanto luchar. El devenir, la historia que nos cruza como un rayo; en días de soledad, tristeza, llanto, alegrías, risas. Se me dibuja una sonrisa, aunque a muchos se les desdibuja, y putean a la mayoría, igual que ciertas plumas, que mordieron la banquina hace rato. A mí me chupa un huevo. Yo estoy contento y me permito disfrutar de esta época, abrazarla, llevarla a pasear a todos lados, no dejarla respirar, caminar por la calle, saludando con el pecho inflado, y me rio a carcajadas, largas, me empacho de risa, me rio, porque sé todo lo que costó llagar a esto, a este grado de felicidad, que no se alcanza nunca a tocar del todo, pero que hoy está más cerca, se deja ver. Me subo a los taxis, y escucho a los tacheros escupir mugre, y me vuelvo a reír, y les digo todo que si, usted puede cambiar el mundo pero déjeme en la esquina. Me pongo la bandera sobre los hombros y soy invencible, con mis compañeros, con el pueblo, abriendo paso a las esperanzas que muchos perdieron, otros la sacaron del cajón, de abajo de la cama, la desempolvaron, y me quedo colgado mirando, buscando retenerlo todo, no olvidarme de nada, de sentir ese calor, que envuelve la atmósfera, el aire. Registrar cada minuto, cada instante. Y me retrotraigo, me miro las manos, como sin entender, me subo la campera hasta arriba, con las manos en los bolsillos. Me paro a un costado. Comparto mesas hostiles, me enojo, puteo, pero en realidad, me rio de todos. Esas miradas por encima de los hombros me rodean; buscan voltear mi compromiso, mis ideas, mis banderas, mi convicción, no hay caso, che, no sigan, no van a poder, y menos con discursitos de cartón pintado. Me duele todo pensaba a la noche, pero que dolor lindo, de esos que son únicos, rebeldes, que te queman el alma. Pongo una canción, me relajo, canto bajito, y me vienen imágenes hermosas…

Charcos


Es el vértigo que me va cercando, marcando la cancha. Me fijo, desconfiado, por la mira de mi puerta; de arriba abajo, me rasco la cabeza, busco el espacio, lo castigo, lo despojo, lo mando al carajo. Una mirada que guardo en mi bolsillo izquierdo. Un pasaje a no sé dónde. Una sonrisa inquieta. Una noche de verano. Una pensión helada. Una calle de adoquín. Un puente solitario. De soledades que se entienden sin hablar, que son pareja de años, que caminan por la calle, sin agarrarse de la mano, sin chistar, cantando alguna canción, temiendo perderse, compartiendo un cigarrillo bajo la lluvia. Sin pensar en el mañana, yo soy esto, y no soy nada, cambio en el devenir del camino. Yo me dejo trampas a mí mismo, y me juzgo con cinismo y me condeno.

Un árbol que se bambolea. Una persiana cerrada. Una pared pintada que grita. Una sed de revancha. Un camino de asfalto. Ese vértigo, insoslayable, que monta guardia, en mi puerta. El devenir, los ríos que se cruzan, las palabras ancladas en el tiempo, la historia que me atraviesa, como un flechazo. Sicario el tiempo, que me espera a un costado, riéndose a carcajadas, hasta ahogarse. Me cobra intereses, me tira al piso, me patea, me levanta, me da una mano, me saluda, se va, vuelve, y no se olvida. Yo me reto a muerte por cobarde, y me mato, y me salvo, y me doy miedo.

Camino, muevo las piernas, salto un charco, paro. Me olvido de todo. No me acuerdo contesto, miro la calle. Desecho historias, las desmenuzo, las recorto, altero el orden de las cosas, y me favorezco, y me perjudico, y me lo creo, y no me lo creo. Voy rellenando de escombros el pozo, que muere ahogado, sin poder respirar. Camino, muevo las piernas, salto dos charcos. Me olvido de todo. Y traiciono sin dudar mi propio duelo, encontrándome feliz por todas partes.

Yo me dejo trampas a mí mismo,

Y me juzgo con cinismo

y me condeno,

Me cuelgo del abismo de los huevos,

Y me ayudo a escapar en un descuido,

Y traiciono sin dudar mi propio duelo,

Encontrándome feliz por todas partes.

(Zambayonny)

Libertad de expresión




Hace dos años que esta vigente la nueva Ley de comunicación Audiovisual, y aunque usted no lo crea, señora, ha aumentado radicalmente la pluralidad de voces, sino fíjese estos videitos, que son muy lindos, y que te ayudan a levantarte de buen humor. La Ley no discrimina a nadie, permite que un republicano, amante del funcionamiento de las instituciones, del poderío de clarín, y de inventar una reelección indefinida, hable. Y, claro, este a la altura de la hermosa chica descerebrada que va con su megáfono intentando conquistar el mundo. En fin, son parecidos, los dos dicen muchas boludeses juntas.

  A mamá le encantaba el mar. La última vez que pudo ir se trajo un cuadro con olas que rompían en una playa. Pidió que lo colgáramos encima...