Que linda sos, estúpida.



Ya pensaba en claudicar, como siempre, en dejar todo librado al azar. El enojo me cubre como una campera en los días de invierno crudo, doloroso, imposible de ocultar, ¿ser correcto?, no ya no puedo, y tampoco –me parece- quiero.


Las frivolidades continuas, sin respiro, sin descanso, me pegan en la cara, en los riñones, ahí en el izquierdo. Me encantaría bañarme en inconsciencia, mirar sólo para adelante, sin importar, sin más. Cuantas veces me caí y me pegué contra el cordón, y seguí con la sangre que caía de la boca. No, señora no es nada, siempre me caigo y me pegan, estoy acostumbrado. Una remera menos, o una más marcada por la bandera que levanto. Qué sé yo, como te guste mirarlo. Nunca me gustó ser parte de eso, y me siento a pensar, para qué me digo, y vuelvo caminando con la cabeza baja, silbando una canción, con las manos en los bolsillos, rompiendo el boleto del colectivo, y le toco timbre a la esperanza y no me abre, y sigo, yo sigo. Y doy la vuelta a la manzana, y no te encuentro y yo tampoco me encuentro. Pero sigo, caminando con los pies helados, masticando bronca, que dicho sea, no tiene buen sabor, pero yo estoy empecinado. La sonrisa me cuesta horrores, miro al tipito del semáforo que no cambia, y uno que fuma me pide fuego, y no hermano no tengo, no fumo, pero quisiera llenarme los pulmones de humo un rato para palear este frío. Y ya es tarde y no llego nunca, falta un montón, cruzo la avenida, en rojo, rápido, apurado por el 60 que me hace luces, y nos puteamos con el chofer, y descargamos tensiones. Y pienso, que lindo cuando no me interesaba nada, nada de nada, me reía de pavadas, y llegaba tarde al colegio. Me pelaba con un profesor, que era un estúpido importante. Mi sombra no me abandona, me sigue, convencida la pobre, me rasco la cabeza, y para donde iba, me pregunto. Disculpe, buen hombre –le digo a uno que paseaba con su perro- para dónde iba yo. Para allá, pibe. Gracias y sigo. Y me arremango la camisa, cierro los puños, dispuesto a arremeter, y no tengo técnica, pero qué más da. Y paso por un bar y están locos de contentos, saludo, envidiando sus estados. Muerdo el labio inferior, miro a la nada, la piel curtida. Y el celular de mierda que no tiene un peso, y tengo ganas de tirarlo por el buzón rojo de las cartas, que se vaya a Alaska. Están todos de fiesta, allá afuera, que ganas de pelear, de discutir, con los ojos rojos de furia, golpear la mesa y tirar todo a la mierda, levantarme, irme y que todos digan este es un loquito. Me encuentro con un amigo, de esos, de fierro, lo abrazo, lo palmeo, hay que seguir. Dejo de apretar las muelas, me rio un rato. Me acordé que tenía los bolsillos rotos, no importa perdí monedas, billetes (como de dos pesos). Así no llego a fin de mes. Y ya vuelvo un poco más animado, con un préstamo de alegría, con intereses, pero bueno mío al fin. Y me acuerdo de la chica del subte de hoy. Y pienso: Que linda sos, estúpida...

Construir desde el amor y no desde el odio





El acto de Huracán demostró otro, por así decirlo, acto de cordura de la presidenta. Llamar a la juventud pidiendo construir desde el amor y no desde el odio, es ese el acto de cordura. En los setenta, la juventud peronista se equivocó, claramente, en las formas y –dicho sea de paso- en basar sus estructuras plenamente en odiar, en unificarse bajo imperativos fuertes. Esos imperativos fuertes los llevaron a enfrentarse, no a construir sino a luchar por la vida o por la muerte.
Cristina, sabiendo el poder que tiene su discurso, su figura, ante esta juventud no esgrimió un discurso cargado de odio y tampoco apuntó a un enemigo directo – eso que tiene y varios- sino que buscó cargarlo de políticas realizadas y también a realizarse. La idea gira en torno a cambiar el imperativo fuerte de aquella juventud, que era por ejemplo: “Patria o muerte”, o “Perón o muerte”, por uno que vende menos pero que es el resultado de la evolución de aquella juventud conjugada con la actual: “Amor”.
La diferencia, clara, con la derecha que intenta llegar al poder mediante las próximas elecciones y también podría decir mediante los medios, es intentar llevar la discusión a un plano de “crispación”, tampoco entiende este discurso, y mucho menos la de incorporar la palabra amor en una disputa política. Puede que sea porque no ingresa en su vocabulario o porque para ellos cualquier lucha por recuperar el poder, el espacio perdido, poco tiene que ver – a su entender- con el amor.
Claro está que la presidenta no necesita lanzar rápidamente su candidatura, primero porque no necesita posicionar su imagen como otros candidatos y segundo porque las encuestas la posicionan claramente como ganadora. Volviendo al discurso, seguramente le buscaran la vuelta para encontrarle algo malo, algo maligno, y no resaltarán este llamado a la construcción desde el no-odio, porque justamente la oposición pregona por esta gestación y, además, lo genera desde todas sus declaraciones mediáticas.
Este nuevo imperativo instalado por la presidenta marca un rumbo para la actual juventud, que busca transformar la realidad social y consolidar este modelo Nacional y popular, el llamado a dejar odios de lado y pregonar por la inclusión social, y también –a sortear las discusiones innecesarias en todo sentido- marca una bajada de línea muy interesante y altamente satisfactoria si se lleva a cabo. “Construir desde el amor y no desde el odio”, lo mejor que puede hacer la juventud.

Tanta vulgaridad



Venía esquivando, las noches –esas noches de jugo horrendo- de aire acondicionado, noches de ruta con la cabeza pegada a la ventana. Caminar por plaza Miserere, a las tres de la madrugada, la ropa se te desase, las zapatillas desaparecen. Un treinta y siete que no aparece, el mp3 se queda sin batería o el auricular se rompe, te anda uno solo, o ninguno. Cansado de esperar en la terminal, de ver los números rojos que cambian, las gaseosas a precio dólar, el celular sin un peso, se me caga de risa. Desfilan las chicas lindas, que se van, a dónde no sé, pero se van. Me levanto del piso, voy al kiosco de revistas y me compro el diario. Siempre me gusta enterarme de lo malo leyendo. Me acuerdo que dejé el gas prendido, la puerta sin llave, la basura adentro, no pagué las expensas, ya no hay vuelta atrás. Vuelvo a leer, algo internacional, de medio oriente, miro y se acerca el colectivo amarillo que me lleva y me trae, el que corta boleto tiene un tatuaje de una virgen, no sé cuál es, creo que una vez le pregunté ahora no me acuerdo. Y arranca, el viaje interminable, y vivo viajando a ningún lado, al lado remonta otro colectivo que no para en ningún lado.
Me ofende tanta, tanta vulgaridad.
Y llego, estoy pero no estoy. Ni acá, ni allá, y mi bolso cada vez trae menos, y también se lleva menos. El frasco de frases hechas se me acabó, ni una sola me queda. Me hablo, me convenzo, qué se yo, a veces es todo una mierda. Tengo ganas -creo que ya es hora- de juntarme en un bar a charlar con la vida, cerveza de por medio, tengo un listado enorme de preguntas también unas cuantas puteadas, ojo, creo que ella también tiene muchas puteadas para mí. Si no llegamos a un acuerdo, lo solucionamos como hace la gente pensante, a las trompadas. Y si señores el día que no tenga de qué quejarme cierro este blog – aunque eso ya lo estoy pensando- porque, claro, no importa yo me entiendo. Y hay discusiones que ya me cansan, o me cansan los boludos que hablan al pedo, y creen ser felices. No me molesta la felicidad, no eh!
Y me siento, en la plaza, un par de palomas me rodean, yo les doy de comer, pienso en el examen, pienso en todo lo que falta, pienso en cruzar y tomar el treinta y siete…

Destino



¿Dónde van las miradas, esas que se pierden en la calle, por la gente, el ruido, a caso surgen para para perderse y nada más? ¿Algunos mensajes mueren sin que los decodifiquemos o en fin nacen para eso? Quiénes son los que tienen claro lo que miran. Lo que buscan, será que cada mirada tiene una sola perspectiva y también fecha de vencimiento. O lo que miramos tiene fecha de vencimiento, como todo –a veces ciertas cosas nos vencen y nosotros mismos nos damos por vencido, porque a nuestro entender cumplió la fecha de prestarle atención- suceso.

El refugio más simple, más monótono, es adjudicar todo al benévolo destino. Ese que es incurable, también despavorido y –a nuestro entender- posee cierta linealidad imposible de resquebrajar. Algo completamente difícil de cambiar, tan difícil como tocar el cielo con las manos (para traer un ejemplo imposible, aunque algunos creen- en su mera locura- poder hacerlo). Cuando esa religiosidad, crece en la conciencia de las personas, instala un halo de aceptación a todo lo que sucede a su alrededor. Y hablo, o mejor dicho, escribo en relación a todo lo malo que pasa, desde aceptar que un tipo mee en la calle delante de chicos que salen de un colegio hasta dejar morir por desnutrición a un pibe.


Esos enunciados metafísicos, que instalan: “Esto sucedió así y por algo será”, todo destino, puro destino. ¿No es una forma eficiente, clara, que busca instalar los pensamientos de otros a favor de sus propios destinos? Si yo creo que nada se puede cambiar, no soy un enemigo para esa bajada de línea, no soy su enemigo porque no doy batalla y compro ese discurso. Cuanto mayor sea la aceptación, mayor es el poder que manejan estos grupos dominantes de destinos “lineales”.

¿Perseguimos un destino -ya escrito, premeditado- o nosotros lo alteramos día a día, o no hay destino alguno?

  A mamá le encantaba el mar. La última vez que pudo ir se trajo un cuadro con olas que rompían en una playa. Pidió que lo colgáramos encima...